Se van nuestros viejitos
Nuestros viejitos que construyeron la historia con su compromiso de vida de transparencia, de trabajo honrado, humilde y servicial; de un sólido sentido de ciudadanía que no mira el interés particular sino el de la sociedad, se nos van.
La mazorca va desgranándose, pero su semilla sigue germinando y floreciendo. Esta mañana le hemos dejado en su última morada a mi tío Arturo Mármol , en su Tabacundo que le vio nacer hace 98 años. Qué madera, qué roble, pero Dios le llamó a su seno, porque debía ya descansar.
Antes fueron mi tía Rosarito, a quien no tuve la suerte de conocerla; luego mi tía Carmelita, esa dulce y cariñosa viejecita que me acogió como a un hijo cuando me mudaba a la gran urbe capitalina y empezaba mi experiencia de trabajo que me llevó definitivamente a vincularme con esta vocación de comunicador. Luego se nos fue la también inolvidable tía Rosa Elena, y le seguiría el tío Marcos. Los Mármol de esa gran generación se acaban. Solo nos queda la Tía Luisa, ese personaje único que, a pesar de sus casi 92 años, conserva la picardía, la lucidez y la memoria intactas, aunque su agilidad corpórea, que siempre ha sido su característica, para recorrer la ciudad de norte a sur, de este a oeste, visitando a toda la familia, cual mensajera de alegrías y tristezas, va sintiendo la pesadez de los años. Hasta cuándo la tendremos con nosotros? Solo Dios lo sabe.
Hoy le dejamos a mi tío Arturo en su última morada. No pude contener las lágrimas por su partida, pues me parece volver a escuchar sus palabras, su gesto emocionado cuando me acercaba a saludarlo, a visitarlo: "Pepe sois, no. cómo estás pues hijito? Cómo está la Virginita?, mi Marcos, mi Lourdes, mi Gladys, mi Nancy, mi Gertrudis". Mi tío Arturo nos trataba como si fuera un Padre, y así nos guardaba en su memoria, aunque un evidente Alzheimer en su último tramo de vida a veces confundía sus recuerdos.
Se nos van nuestros viejitos, esos adorables troncos longevos que dejan huella de su pasado, su ejemplo de unidad familiar, de solidaridad, de alegría y amistad. Los Mármol que nos dieron la vida se acaban...
Hace 16 años y meses, Don Jota, mi viejito querido, se marchó también para siempre, dejándonos la más grande herencia: el amor a Dios, a nuestra Mama Nati, su entrañable querencia a su tierra, a nuestro Tabacundo Lindo; su ejemplo de respeto y servicio a nuestros semejantes, y su cariño sin medida para toda la inmensa familia de aquí y de allá...
Los Mármoles van reuniéndose en el cielo y desde ahí seguirán inculcándonos su ejemplo de vida, mientras los retoños que vamos quedando seguimos el compromiso de emular sus enseñanzas y su ejemplo
Que Dios les tenga en su Reino a nuestros viejitos...
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