miércoles, 19 de abril de 1995

TESTIMONIOS DE FRONTERA


José Nelson Mármol M. (*)

Apenas inició la guerra no declarada en el Alto Cenepa fuimos testigos del nacimiento de un Nuevo Ecuador. La unidad fue total. En todos los rincones de la Patria flameó orgullosamente la bandera amariloo, azul y rojo de nuestro emblema patrio, como una demostración de que un pueblo se hallaba de pies y dispuesto a defender la integridad territorial se hallaba amenazada.
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A veces las palabras no son suficientes para describir las manifestaciones de solidaridad que pude observar en todas las poblaciones fronterizas que visité, mientras duró el conflicto; además, se haría necesario disponer de varias páginas para escribir sobre la experiencia que significó convivir con nuestros soldados en los puestos de avanzada, en donde pude ser testigo de la solvencia, profesionalismo y valor con que defendías nuestro territorio.
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Debo confesar que en más de una oportunidad se me quebró la voz cuando realizaba mi reporte informativo para Radio Católica Nacional, al narrar hechos que daban fe de la solidaridad de nuestra gente humilde, en los pueblos pequeños y pobres de la amazonia, y del valor del soldado en sus posiciones.
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Cómo olvidar el gesto de una viejecita que presurosa salió al carretero cuando viuo que pasaba un camión militar (en el que viajábamos varios periodistas al destacamento de Cóndor Mirador), y con un gesto que revelaba preocupación hizo apuradas señales para que el vehículo se deteviera, y cuando el camión paró su marcha la humilde ancianita, con los ojos llorosos, dijo "vayan llevando siquiera estito..." Era su colaboración para los soldados que combatían, y consistió en una gallinita y un pequeño costal con toronjas. El sitio era un pequeño caserío cercano a la población de Chuchumbleza. El gesto me conmovió, sobre todo porque la viejecita -era evidente deducirlo por sus ropas raídas- era muy pobrecita.
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Imposible pasar por alto el coraje del soldado en su posición de vigilante. El nombre no importa. Ya en Cóndor Mirador, posición privilegiada para la defensa, conversé con uno de ellos. Se hallaba en su trinchera, mimetizado con la espesa vegetación. A sabiendas que el temor es connatural en el hombre, pregunté al soldado si sentía miedo. Tran una ligera pausa me contestó que el miedo siempre se hace presente, pero que en esas circunstancias no se debía pensar en ello porque "quien se pasa pensando en el miedo es hombre muerto, y yo no voy a morir... Aquí seguiré defendiendo nuestro territorio y no vamos a permitir que los peruanos nos roben más", expresó.
"Aquí estamos decididos a lo que venga para darles la paz a nuestros hijos y a todo el pueblo", decían otros. En todos era notoria la seguridad y capacidad para combatir en defensa de nuestra soberanía.
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Tres días y dos noches compartí la vida del soldado en un puesto de avanzada de Cóndor Mirador. Ahí todos son iguales. Los grados militares se subordinan al cumplimiento de una sola misión. El capitán, al igual que un teniente, un sargento o un conscripto, con su propia herramienta de dotación, debían cabar y mejorar su trinchera. La amenaza de bombardeo a ese sitio era permanente, por lo que nosotros también (los periodistas que pudimos estar ahí) tuvimos también que alistar una trinchera en la que nos meteríamos en el momento que lo demandara.
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La comida nunca faltó a nuestras tropas, aunque sí variaron las raciones, los horarios y las condiciones en que recibían. De las tres comidas diarias que se reciben en tiempos de paz, en la guerra se redujeron a dos: la una a las 04h30 de la mañana, y la otra a las 20h00 o 21h00, en la noche.
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Escasos fueron los momentos en que la patrulla se encontraba totalmente reunida, pues nadie debía descuidar su misión. Cuando terminaban sus turnos de guardia, a ratos se reunían para compartir anécdotas o bromas; los casados recordaban a sus esposas e hijos, los solteros a sus novias y padres, pero todos se animaban unos a otros cantando canciones y recitando poemas que hablan del coraje y profesionalismo del soldado ecuatoriano.
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Una tarde, casi entrada la noche, llegó el mensajero de abastecimiento acompañado por dos conscriptos que traían dos grandes costales. Ahi llevaban hasta el sitio de avanzada varias raciones personales con alimentos preparados y donados por los pobladores de el Pangui (una población cercana a Cóndor Mirador, según me informó el cabo). Resulta indescriptible la emoción y gratitud con la que recibían los soldados esa colaboración. Cada militar recibió, recuerdo claramente, una fundita mediana que contenía un poco de canguil reventado, una empanada, 10 galletas, 5 caramelos, una porción de chifles, un pedazo de pollo frito, una caja de fósforos, 4 cigarrillos y una vela pequeña. Y aparte una fundita con trocitos de cñan pelada. A más de un soldado y a quienes presenciamos ese gesto casi se nos fueron las lágrimas al ver que la colaboración llegaba al sitio donde se necesitaba y constatar el esfuerzo con que los mensajeros y repsonsables del abastecimiento se daban modos en llevar el aporte ciudadano a las posiciones de la defensa. "Con esta colaboración, cómo a uno no le va a dar valor y fuerza para defender nuestra Patria", dijo un soldado.
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Otra noche, un médico y dos ayudantes llegaron a tientas por una estrecha pica, sorteando los peligros del terreno fangoso del lugar. Pues en condiciones de guerra era imposible que se atilizaran linternas para alumbrar el camino, para evitar ser observado por el enemigo. Pero a pesar de esas condiciones adversas llegó el médico, sudoroso y con su uniforme enlodado, y pidió que todos los soldados se alistaran para "ponerles la vacuna contra la fiebre amarilla. Nadie debe quedar sin vacunarse... El pueblo está unido y entregando su ayuda para la defensa del país y para ello es necesario que el soldado esté libre de enfermedades", dijo. Todos recibieron la vacuna, incluidos nosotros (cuatro periodistas: Lalo Calle, fotógrafo de revista Vistazo, dos colegas de NTC (TV) de Colombia y yo.
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Desde Cóndor Mirador pudimos ser testigos de los permanentes ataques de los peruanos. El sobrevuelo de helicópteros era interminable; el tronar de morteros y el bombardeo desde helicópteros artillados no cesaba, sobre todo en las primera horas de la mañana y al caer la tarde, pero también pudimos testimoniar las valientes respuestas de nuestros soldados.
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Quienes estuvimos en el sitio mismo de la defensa, damos fe de la preparación y profesionalismo de nuestros soldados. Gracias a ello se evitó que el enemigo logre sus objetivos, y por el contrario nuestras tropas se levantaron triunfantes de una guerra que no la buscamos, pero que la enfrentamos con la dignidad de un pueblo que se mostró unido para decir NO a las pretensiones del invasor del sur.

* Corresponsal de Defensa Nacional, tercera promoción. CPP 708