jueves, 19 de febrero de 1998

REORIENTAR EL TRABAJO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION DE LA IGLESIA, UNA MISION URGENTE

José Nelson Mármol

Hay que buscar, a través de los medios de comunicación social, "...una auténtica evangelización y se escuche la voz de los más marginados" ( LINEAS PASTORALES, Documento de aplicación de Santo Domingo a la Iglesia en el Ecuador, 554).

A diario la prensa, la radio y la TV vehiculan informaciones que dan cuenta de acontecimientos que, si bien es cierto se registran, nos muestran un permanente proceso de deshumanización en el que se halla la sociedad contemporánea. El crimen, la violencia, las guerras, amén de mensajes manipulados con afanes de imponer una cultura diferente, y estimular el "hedonismo y consumismo"[1] parecerían ser los temas de mayor interés en la agenda informativa de los Medios de Comunicación. Y mejor si estos temas se los trata con un sensacionalismo tal que haga al producto vendible.

Entre tanto, la pobreza extrema que cada vez es mayor en todo el mundo apenas se trata muy superficialmente, a tal punto que en muchos de los casos constituyen solo cuestiones de relleno en las ediciones que llegan a nuestros hogares.

La cuestión se torna más preocupante aún cuando los propios Medios de Comunicación que se hallan en manos de la Iglesia, o que participan de este espíritu, caen también -aunque no de manera deliverada- en esta cadena, acaso por la falta de una orientación clara sobre el DEBER SER, de la misión y la dimensión evangelizadora que se recomienda en una ya abundante documentación sobre comunicación producida por la Iglesia, y la ausencia de ese compromiso de denunciar la injusticia y acompañar en las luchas de los sectores más marginados de la sociedad que debe caracterizar a un comunicador católico.

El derecho a la comunicación pertenece a todos[2], sin embargo una mirada somera a lo que en el día a día ofrecen los medios de Comunicación hace posible advertir cómo la información pertenece a escasísimos sectores, a aquellos que a su vez detentan el poder económico y político.

La iglesia ecuatoriana, en su Documento preparatorio para la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, reunido en Santo Domingo, en el capítulo de la "Visión Pastoral de la Realidad Social, en la parte de la Situación socio-política", ya denunció esta situación al señalar que "Los medios de comunicación social están en pocas manos. Es verdad que no han dado toda la importancia a la realidad indígena. La televisión, especialmente, es portadora de antivalores de la cultura adveniente (consumismo, hedonismo) destruyendo valores fundamentales", y en otra parte del diagnóstico hecho por los obispos ecuatorianos se agrega que "la información que proporcionan los medios de comunicación están impregnados de materialismo, utilitarismo y pornografía"[3].

Esta realidad exige que miremos con mayor atención el trabajo que cumplen los medios de comunicación en general, pero en particular a aquellos que se hallan en manos de la Iglesia, para buscar los correctivos que una sociedad de justicia demanda. Para ello considero necesario que la Iglesia ecuatoriana, acogiendo la recomendación de la Instrucción Pastoral del Pontificio Consejo para las Comunicaciones sociales, busque "entablar un diálogo honesto y respetuoso con los responsables de los medios de comunicación"; priorice la elaboración de una Política de Comunicación que oriente el trabajo de los medios que tiene la iglesia, y fundamentalmente se privilegie un programa de formación y capacitación de los comunicadores sociales que trabajan en los medios de comunicación de Iglesia. Solo así se logrará que la comunicación social respete la condición humana de la persona y participe "en el desarrollo integral de la persona que comprende la dimensión cultural, trascendente y religiosa del hombre y de la sociedad"[4].

[1] Cf. 280 del Documento de la IV conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
[2] Cf. Instrucción Pastoral del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Aetatis Novae, apartado 10.
[3] LA COMUNICACIÓN EN SANTO DOMINGO, Mons. Juan Luis Isern, DECOS-CELAM, 1995
[4] Juan Pablo II, Solicitude rei socialis, 46, citado en Aetatis Novae, 7

lunes, 19 de enero de 1998

"El tiempo pasa..."


José Nelson Mármol M. (*)

"El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos...". Cuánta razón tiene Pablo Milanés al sintetizar en un solo verso de su popular canción el giro ineluctable de la vida.

Ayer nacimos, hoy vivimos el presente, a veces sin reparar en esa sucesión interminable del tiempo hasta que en un momento decidimos, consciente o inconscientemente, volver los ojos a las hojas del calendario para revisar las cosas que hemos vivido. Solo ahí nos es posible dimensionar los días que han pasado y las cosas realizadas y que guardan la huella innegable de la pátina. Independientemente, claro está, de que esos recuerdos correspondan a los momentos, en más o en menos, gratos o felices que hayamos vivido.

"El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos..." Cuánta verdad y cuánta falta nos hace mirar de cuando en cuando el pasado, para alimentar el presente con esa inagotable fuente de la experiencia que nos deja lo cotidiano, para evitar los errores en el futuro, que se nos abre día a día.

"El tiempo pasa.." me recuerda Pablo, pero Manzanero viene también con su verso canción para decirnos que aunque muchas cosas han pasado, "parece que fue ayer...", si viven en nuestra memoria. Eso ocurre en este momento en que pienso que "parece que fue ayer..." que el país todo se vio envuelto, sin haberlo deseado, en una guerra no declarada con nuestro siempre expansionista vecino del sur; no obstante, han pasado ya más de tres años. Todos recordamos estos momentos de dolor y de gloria, porque todos fuimos partícipes de la defensa de nuestra heredad, al unísono de NI UN PASO ATRAS.

Tres años han pasado, pero qué grato es recordar que hubo momentos en que de la entraña sufrida y dividida de un pueblo víctima de corruptelas y politiquerías, surgió lo que en su momento se denominó un NUEVO ECUADOR. Un país que se mostró gigante, no por su extensión territorial -que por el contrario nos ubica como uno de los más pequeños de sudamérica-, sino porque supo aprovechar el mejor capital con que cuenta: el humano; y porque ello supuso también la óptima utilización de los limitados recursos bélicos para la defensa.

Todo el pueblo pudo seguir de cerca lo que acontecía en esos aciagos días gracias a la ágil y efectiva tarea cumplida por nuestro medios de comunicación social, acción en la cual los periodistas nos ubicamos en nuestras propias trincheras y desde ahí demostramos a la comunidad internacional la verdad sobre la nueva agresión del Caín de América. A esta gran misión de nuestros soldados, del pueblo y del gobierno, se sumó la gestión franca de nuestra diplomacia, que obligó al gobierno del sur a reconocer que había un problema que debía ser resuelto, y que para ello se hacía impostergable iniciar un proceso de negociación, que continúa hasta estos días, y que esperamos concluya con la suscripción de un acuerdo de paz que reconozca la dignidad de todo un pueblo que supo decir basta al expansionismo y al militarismo peruano. De no haber mediado la conjunción voluntades y esfuerzos a lo mejor a esta hora se habría impuesto el designio expansionista de unas fuerzas armadas peruanas que, además necesitaban lavar una imagen minada por la vinculación del alto mando militar con las drogas.

Cuánta sangre se derramó en la frontera, pero a Dios Gracias la pesadilla de la guerra terminó luego de cinco semanas de tensión y angustia; de dolor y lágrimas, que deben ser defendidas con honor y sin claudicaciones en la mesa de negociaciones.

* Corresponsal de Defensa Nacional, tercera promoción. CPP-708