miércoles, 1 de febrero de 2012

Memorias de tulpa y de tulur


Por José Nelson Mármol

Sus recuerdos se pierden en aquella lejana infancia, cuando a sus seis, ocho o diez años ya debía acompañar a Mamá Margarita o a Papá Antonio en la búsqueda cotidiana del pan del día.  Su voz, su mirada y sus gestos confluyen en un hálito de nostalgia por ese tiempo vivido entre el olor a campo, tulpa y a toquilla.

Virgiñita  Montalvo cuenta que la familia se reunía en torno a la tulpa para preparar y compartir el alimento diario. No hubo mantel largo, pero sí la alegría y la felicidad que solo se siente cuando se comparte el pan amasado con el fruto del trabajo honrado y sacrificado. 

Al desayuno una agüita de cedrón endulzada con panela, con tortillas de harina de trigo, o una porción infaltable de chapo. Para el almuerzo se comía unos dos buenos platos de morocho, chuchuca, arroz de cebada, arroz de trigo, quínoa, mazamorra o bolas de harina de maíz, zambo, zapallo, las ocas, las habas, y a la merienda el calentado del almuerzo con una taza de agua de hierbas con dulce.  

Debido a las limitaciones económicas, en la familia no hubo platos típicos o especiales. La carne, por ejemplo, no era un producto de consumo diario, pues en su caso solo se comía cuando algún ‘compadrito’[1] le pagaba a Papá (Antonio) con un borrego por la elaboración de una puerta o de una cama.  Ahí sí se comía  un caldito de mote con col verde y carne de borrego”, recuerda. 
 
Y como en ese tiempo no había en la casa la refrigeradora, cuando había carne “mamita salaba y le envolvía con un poco de harina y colgaba en una cuerda cerca de la tulpa para que se seque y para dure unos días”.

En el día a día, lo que se ponía a la olla era la col, el nabo, el berro, verduras a las que las llamaba como la carne verde. De hecho, uno de los platos especiales preparados con el nabo o el berro era las ensaladas con pepa de zambo, que se acompañaba a las papas enteras.
Así también, en temporada de choclos, una de las delicias de la cocina era comer los choclos, con habas tiernas, mellocos, y también las “chogllotandas”[2].

“No sé si habría en ese tiempo arroz, no me acuerdo”, dice, al contrastar que en nuestro tiempo casi no hay día en que no se coma esta gramínea.  
 
Dice no recordar si en su tiempo se hubiera preparado la ahora tradicional fanesca, en la Semana Santa, porque “mamita solo hacía unas papitas enteras con “augado”[3]  y con una hojita de lechuga, y el chocolate con queso y tortilla”.  Cuando era tiempo de papas “comíamos también papas enteras o papas con cáscara”.

Para tener qué poner a la olla, Virginita recuerda que desde temprana edad salía con Mamá Margarita a “chugchir”[4] en la hacienda de Cananvalle, principalmente.  Esto les permitía recoger una cantidad tal de productos (trigo, cebada, maíz) que les alcanzaba para preparar las harinas para elaborar las mazamorras del día a día, o  el pan de “finados”, así como para vender un poco para tener para comprar los otros aderezos para la cocina y para comprar “la ropita”.

“Cuando nos íbamos al ‘chugche’ llevábamos de ‘cucabi’[5]  tostado[6] y fréjol cocinado, y en un puro llevábamos agua con dulce (panela) y nos sentábamos a comer cuando los peones de la hacienda se iban también a almorzar.  Así no más pasábamos”, cuenta. Así también, a la escuela se llevaba como refrigerio una buena porción de (maíz) tostado, habas tostadas, habas calpo[7], tortillas; de vez en cuando se podía comprar alguna fruta de temporada, sobre todo plátano de seda o naranja. 

Para ganarse la vida, cuenta que solía ir a “deshojar y desgranar maíz donde Don Rafael Cahueñas, o haciendo empanadas donde la señora Pastora o la señora Isabel Landeta, que me llamaban a que les  ayude a hacer las empanadas; y ahí me pasaba los domingos.  Ellas me pagaban, aunque no recuerdo cuánto me sabrían pagar”, señala.

Pero no eran solo esas actividades las que les permitía llevar el alimento a la casa.  “Con mamita también ganábamos cargando agua en maltas para que las vecinas que tenían las cantinas cocinen la chicha”.  Así ganábamos”, relata Mami Vir. 

Lo cierto es que la tulpa era el centro de reunión, no solo a la hora de preparar el desayuno, almuerzo o merienda, sino para la elaboración de las tortillas, el tostado, las habas tostadas, o la preparación de los granos para llevar al molino.  Y claro, los comensales se sentaban en  torno a la tulpa, en pequeños bancos construidos en los troncos de magueyes.