jueves, 23 de julio de 2009

Sanpedrinos, en la sangre.


Una explicación previa. Las normas de ortografía nos piden escribir sampedrinos, por aquello de que antes de P y B debe escribirse con M. Pero para efectos de esta nota que me nace relatar debo transgredir las normas para escribir sanpedrinos o sanpedrito, así con N, porque con este sanpedrito (así, con N) quiero referirme a la tradicional fiesta de mi Tabacundo Lindo: el siempre esperado San Pedrito, la fiesta más ancestral, como alegre, y que la llevo en la sangre.
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No tengo memoria exacta de la edad en que ya comencé a zapatear duro, duro, en el sanpedrito. Supongo que habrá sido desde cuando frisaba los cinco o siete años. Lo que sí recuerdo -como si fuera ayer- es que ni bien comenzaba el mes de junio ya le ponía de vuelta y media a mi papacito para que me consiga un zamarro. Y claro, desde entonces Papá salía al campo, a donde algunos “compadritos” a buscar que alguien le alquile un zamarro para que “baile San Pedro mi negrito”. Así me decía.

A veces conseguía algún vejestorio, roto, descosido y casi en cuero pelado; pero don Jota se daba mil modos en coserlo y arreglarlo de tal forma que ese chivo en cuero cobraba vida en esos días de San Pedro. Cómo olvidar esos días de paciente espera para el goce festivo del sanpedrito.
Pero eso no era todo. Luego también era la pelea con mi ñaño Marco, pues el zamarro era uno solo y los bailarines aún infantes éramos dos. ¿Qué hacer? Y no había de otra: una vueltita mi hermano, otra vueltita yo. Así fueron nuestros comienzos sanpedrinos.
Es como si este tradicional festejo hiciera parte de nuestros genes y que lo lleváramos en la sangre.
Qué decir de mi Mami Vir, cómo se preocupaba en cosernos un diablohuma, o también a buscar por ahí un anaco para que alguno de nosotros podamos disfrazarnos de “chinuca”, como para entonces lo hacían don Vitico o el vecino Segundo Andrango. Cómo no recordar las travesuras artesanales de mi ñaño que le impulsaron también a coser innumerables diablohumas o las máscaras de Santo, que en un tiempo se pusieron de moda, y con lo cual se ganaba unos cuantos sucresitos. Lo cierto es que desde chiquititos ya zapateábamos “duro, duro, en mi lindo sanpedrito”.
Tan esperado era el sanpedrito que con Miguel, Eduardo, “Pafroi” y otros tantos de la gallada, contábamos los meses y los días para el San Pedro. “Ya solo faltan cinco mesesitos para el sanpedrito”, solíamos decir ni bien empezaba el año.
Todo esto antes de que el San Pedro se convierta en el carnaval de alegría, colorido, música, coplas, guitarras, rondines, flautas, bombos y churos que es ahora.
Pues hasta hace unos 30 años, el sanpedrito era solo la fiesta de nuestra gente del campo. Tengo fresca la memoria de las grandes partidas de aruchicos de Tupigachi, Cananvalle, de Mojanda, Santa Gertrudis, o Guaraquí que cual ríos humanos copaban nuestras estrechas calles de Tabacundo cuando salían a “Ganar Plaza”, en verdaderas batallas campales que ni la fuerza pública era capaz de controlar.
Y claro, la gente del pueblo éramos casi solo espectadores de ese festejo particular, entre peleas, taquidos, campanillas, guitarras y rondines.
Cómo ha cambiado la fiesta. Desde un tiempo en que inclusive parecía que podía desaparecer la fiesta, la presencia del profesor José Robalino, como dirigente de la UNE cantonal le dio un vuelco a la celebración a raíz de la organización del “Aruchico Escolar”, lo cual inyectó en la gente del pueblo ese interés cada vez más vivo de gozar y zapatear de esta fiesta tan nuestra y tan alegre como mi “lindo sanpedrito”.
Luego emergieron grandes grupos: “Los duros del San Pedro”, “Sanpedrinos”, “Tradición”, “Puro gusto”, y tantos y tantos que llenan de alegría las “calles de mi lindo Tabacundo”, no solo durante las vísperas, el propio día o las octavas, sino que el festejo se repite semana tras semana hasta finales de julio, con las “octavas de Mama Arrayana”, y a veces inclusive hasta el mismo mes de agosto.
Capítulo aparte de este recuento merece esa etapa inolvidable en la que con mi ñaño, Carloulio, Miguel Cabascango, mi primo el Eduardo, y otros tantos que integraban nuestro grupo, rompíamos el sanpedrito desde la primera semana de junio, y dábamos rienda suelta a la creatividad para inventarnos coplas que las cantábamos hasta más no poder, y todo porque llevamos este sanpedrito en la sangre y en los genes.
Ya habrá momento para recopilar nuestras coplas sanpedrinas.

1 comentario:

Seminário Comunicação e Cultura dijo...

Oi Pepe, tudo bom?
Lembras de tua colega Lourdes Silva, em tempos de celamitas?
Encontrei teu contato "por acaso", procurando o jornal El Comércio de Quito para uma colega.

O que me contas, o que andas fazendo de bom? Que tal enviar-me "un correo"?

Abraços