viernes, 25 de julio de 2008

Homenaje a un hombre de Bronce y de Hierro

Escribe: Marco Quimbiamba

Porque tus acciones, tus palabras y tu ejemplo jamás partirán.
Un homenaje póstumo al hombre de bronce y de hierro.

A lo lejos del camino se divisa un jinete, el más grande de todos: el paso del caballo alazán es perfecto, es el paso de don José Flores, como te conocían; sombrero negro, poncho elegante y fino, pantalón blanco perfectamente alineado...

Tu figura, aunque menuda, nunca dejó de ser grande por tus acciones; tus palabras y tu ejemplo de dignidad y de trabajo, tu piel morena y tus manos recias y fuertes nos mostraron como fuiste forjado por el sol y por la Madre Tierra. Y a pesar de que naciste como hijo del viento, y en carne propia sentiste la marginación, el desamparo y la explotación desde muy niño, jamás te escuchamos renegar de tu suerte. Tu felicidad fue tu familia y tu amor apasionado, el campo. Nos enseñaste cómo se debe trabajar, a pesar de que siempre supiste que te iban a explotar de todas formas, porque la tierra en la cual derramaste sudor y lágrimas nunca fue tuya: esa es la desdicha de muchos que como tú nacieron como hijos del viento.


Papa José, así te llamamos siempre, y así te llamaremos para siempre, de carácter fuerte y recto, pero al mismo tiempo tierno y dulce, respetuoso por sobre todo de Dios, devoto fiel de San Pedro y San Pablo, de Santa Rosa y San Ramón, nos enseñaste el valor del compartir y de amar.

Te miro junto al fogón reposando después de un día de fatiga y cansancio, compartiendo con los tuyos, con los nietos, con tus ahijados. Te miro con un gran tazón de chicha de jora que tanto te gustaba. Te miro junto a tu viejita Aurora, que también partió al reino de tu Papito Dios a quien tanto amaste y rezaste. Sagrados eran los domingos que los dedicaste a tu mama Nati.

Te miro por esa calles polvorientas camino a tu casa, que poco o nada han cambiado . Te miro con las fuerzas minadas por el peso de los años todavía trabajando tu tierra, cuidando tus animales, tus vaquitas y tus ovejas las cuales conocías por su nombre como buen pastor que siempre fuiste, Te miro con manos regias guiando el sendero del arado y de la yunta, esparciendo el trigo y desyerbando el maíz. Pero también te miro postrado en una cama, con una mirada triste y angustiada por no poder "valerte" por tí mismo, por no trabajar más, por ver cómo tu viejita se iba muriendo poco a poco, y por sentir que tu vida se iba apangando como el día al caer de la noche. Muchas veces la soledad te visitó, la angustia te acompaño, y de esta forma el Padre Dios te iba preparando, iba puliendo el diamante para que puedas encontrarte cara a cara con Dios. Que sana envidia nacer para El cielo con la mano en el arado, siendo útil hasta el final.

Papa José, perdónanos por muchas veces renegar de ti, perdónanos por nuestra ingratitud. Infinitas gracias te damos por darnos la vida, por enseñarnos a amar el campo, todo lo que somos lo debemos a la vida que nos diste, por nuestra sangre corre tu sangre y lo que fuiste tú somos nosotros; hijos de esta tierra a la cual, al igual que tú, volveremos para nunca más separarnos.

Siempre te amaremos, Papa José.

No hay comentarios: