miércoles, 19 de agosto de 1992

DE ACTORES Y DESPEDIDAS...

Por: José Nelson Mármol M.

Como un eco interminable sigue rebotando en su mente, lo que en más de una oportunidad perturbó su sueño.

La impaciencia se dibujaba en su rostro; su caminar pausado, de a poco, se iba tornando apresurado. Una y otra vez se frotaba las manos y alzaba su mirada al cielo raso del pasillo por el cual pasaba todos los días; de rato en rato llevaba nerviosamente sus manos a la cabellera, que por el viento característico de la temporada apareció enredada, y mordiéndose suavemente el labio inferior, dejaba escapar un hálito de su furia reprimida. Pensaba en todo cuanto le habían criticado sus vasallos, en los cuatro años que duró su reinado.

-Pero muy pronto me oiréis todos quienes os habéis atrevido a comentar mis decisiones y el haberos convertido en defensores de todos los plebeyos de este reino, dijo para sí. Y acto seguido, con una actitud de triunfo blandió su brazo, simulando dar un golpe en una invisible mesa; al parecer, una iluminada solución transformó su ser, pues, al instante, en su preocupada expresión se dibujó una débil sonrisa.

Convocó a sus íntimos de palacio; a los plebeyos, quienes por vivir muy alejados no conocían lo que habría hecho en su reinado; y, por supuesto, al nuevo rey -quien luego le reemplazó el 10 de agosto de este agitado verano.

El 25 de julio fue el día. Hubo un programón, con banda de músicos, risas y sonrisas; discursos iluminados y opacos; con presupuestos y ordenanzas; felicitaciones y medallas; comilona y vino. Hubo de todo, inclusive se transmitió por una emisora vecina.

Fue como una presentación de teatro que constó de dos actos y varias escenas; el protagonista principal quiso ser el rey de Cundistab, quien, aunque a ratos aparentaba nerviosismo en sus gestos, demostraba satisfacción porque sus cortesanos actuaron bien y dijeron lo maravilloso que ha sido trabajar en palacio; se quejaron por la incomprensión de la plebe a los latigazos que con ternura asestaban; intentaron explicar el porqué el agua que no hay, la luz, y los catastros deben ser caros -aunque no dijeron ni una palabra de los carros chocados y otras maravillas que la gente hubiera querido oír.

Ya al despedirse, el rey alzó su voz y, blandiendo su mano con coraje, dijo: A pesar de las vicisitudes, de vuestras críticas, pasquines y panfletos; a pesar de vuestras campañas sucias y cobardías, de vosotros plumíferos y timoratos que no dais la cara, he trabajado por este pueblo intrínseco, dejando al preludio que nos juzguéis o no. Hizo una venia y se fue. Mientras los invitados con un gesto de desconcierto se vieron unos a otros, esbozaron una muy liviana sonrisa y también abandonaron el palacio.
Tabacundo, septiembre,1992

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