José Nelson Mármol M.
Aunque resultará insuficiente el espacio de esta columna para realizar una evaluación serena sobre lo ocurrido en la pasada campaña electoral para las dignidades seccionales de nuestro pueblo, es preciso y necesario que realicemos algunas puntualizaciones por las caracterizaciones atípicas que se pudieron observar.
Para ninguno de nosotros es novedad que Amílcar Mantilla logre, como lo hizo, una victoria holgada, aunque no muy fácil, que no es lo mismo; pues para lograrlo el camino se le tornó, en algún momento, cuesta arriba, tal como reconocieron y me confiaron algunas personas que estuvieron trabajando cerca a él.
Se dirá que triunfo es triunfo, a la final. Sin embargo sería preciso considerar que hay triunfos que saben a derrota y derrotas que saben a triunfos, y ello bien puede calzar a los principales protagonistas de la pasada contienda.
Al fin, el gran triunfador fue el clientelismo. No cabe duda que el efecto buscado por Amílcar para lograr su reelección dio resultado. El clientelismo ha asegurado buenos resultados electorales casi siempre.
Resultaría en extremo largo, pero sobre todo innecesario, traer a la memoria los innumerables casos en que el clientelismo populista ha logrado derrumbar verdaderas propuestas programáticas para la acción de un gobierno, en nuestro caso local. Pero bien vale la pena que dediquemos nuestro enfoque a algunos hechos que no pueden ser soslayados.
No puedo desconocer las condiciones de líder que ha logrado amasar Amílcar desde hace más de 10 años. No obstante, resulta evidente que en la última campaña logró consolidar su ansiada reelección merced a las miles de camisetas y gorras distribuidas a la gente, los casi diarios bailes en barrios y comunidades (cuánto le costó todo eso y cómo logró financiarlo?, es una pregunta que sigue flotando en el ambiente y que en algún momento debería responder), amén de una evidente campaña sucia y absurda en contra, sobre todo, de una candidatura de propuestas y programas serios y realizables.
Ni de lejos pretendo menospreciar el grado de conciencia que si creo existe en un alto porcentaje de la gente que se volcó a su favor, pero si resulta cuestionable que haya triunfado precisamente la candidatura que jamás -de lo que yo pude escuchar-, presentó una propuesta concreta sobre la solución a la problemática de nuestro pueblo. Tan es así que inclusive eludió un enriquecedor debate realizado en Radio Mensaje.
El clientelismo populista de entregar casas barriales (necesarias, pero no prioritarias) a 200 o 500 metros de distancia, en una población que no tiene más de 2000 metros de longitud, obnubiló, sin duda, a un amplio sector de la población que prefirió votar por las casitas (como en el caso del Prefecto, Rafael Reyes), antes que por una solución real a la carencia permanente de agua potable y de riego. Pero en fin, el PUEBLO es el Supremo Elector y así lo decidió. Viva el clientelismo.
Ojalá Dios quiera y que mi augurio resulte equivocado, pero mucho me temo que estos dos temas: Agua potable y agua de riego seguirán, desgraciadamente, siendo banderas de campaña de nuevas contiendas electorales. San Blas, mi barrio querido, solo por poner un ejemplo muy cercano, seguirá padeciendo la falta de agua potable las 12 horas del día, los 365 días del año, quizá durante cuatro años más; y los agricultores del campo y la ciudad deberán seguir rezando a San Pedro, para que abra las llaves celestiales cuando la sed de la tierra sea insoportable. Ojalá me equivoque.
Por otro lado, debo confesarlo que me resultaba difícil aceptar que Amílcar y su campaña hayan tenido que echar mano de recursos nada éticos para asegurar su victoria. Sinceramente creo que no necesitaba ello. Amílcar tenía asegurada su reelección aunque no hubiesen surgido buenas candidaturas como la de Augusto Espinosa y Eduardo Avilés. Pero lanzar toda una cadena de expresiones de resentimiento social y un odio enfermizo y visceral que derramaban algunos de los prosélitos de su campaña (de lo que fui testigo en más de una ocasión), quienes sin el más mínimo rubor no se cansaron de tildar de "perros de los Espinosas" a todos quienes no apoyaban su candidatura porque confiaban en la de Augusto, es, por decir lo menos, condenable, por burdo y grotesco.
No pretendo, ni tampoco soy el llamado a salir en defensa de la familia Espinosa (a no ser por cumplir con un deber moral y cívico como comunicador), pero si resulta indignante, en extremo, que por una campaña electoral se haya resquebrajado la unidad de nuestro pueblo, y, sobre todo existan personas que se sientan con el exclusivo derecho de tachar a familias honorables que buscaban servir a nuestro pueblo desde una dignidad de representación popular. No sé cuál será el criterio de Amílcar, pero yo creo que él, miembros de su familia, así como tantos tabacundeños y pedromoncayenses capaces, honestos, patriotas, y con deseos de trabajar por el adelanto de nuestro pueblo, tenemos el derecho de aspirar, en algún momento, a ser elegidos para alguna dignidad.
En caso contrario, tendríamos que pensar que el caciquismo ha retornado.
Pero también resulta condenable el sin fin de pasquines y proclamas anónimas que circularon en Tabacundo, en las que se hacían graves acusaciones de diversa naturaleza e imputaciones en contra de Amílcar. Lamentablemente no he logrado determinar de qué lado surgieron estos apócrifos. Pero no es justificable, desde ningún punto de vista, que aprovechándose del fragor de una campaña, y ocultándose en la oscuridad de la noche, se hayan lanzado denuncias sin una debida prueba. Esto también yo rechazo con firmeza.
No obstante, ya que se han formulado denuncias, será preciso que Amilcar dé una explicación al pueblo, para evitar que la duda se acreciente y se restaure la confianza en los representantes del puebloEn todo caso, una vez que la campaña quedó atrás y el pueblo dijo ya su palabra en las urnas, es preciso que se busque la reconciliación de nuestro pueblo, y sobre ello deberían dar ejemplo quienes fueron elegidos como representantes del pueblo.
Tabacundo, 1996
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