José Nelson Mármol M. (*)
"El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos...". Cuánta razón tiene Pablo Milanés al sintetizar en un solo verso de su popular canción el giro ineluctable de la vida.
Ayer nacimos, hoy vivimos el presente -a ratos sin reparar en cuántos días han pasado y siguen pasando-, hasta cuando esa sucesión de minutos, semanas, años nos sorprende, en algunos casos, sin que hayamos considerado que cada período de ese vivir era necesario, preciso, vital, para que las cosas se hagan o no se hagan según haya sido la influencia de nuestra voluntad y esfuerzo por hacerlas, y los hechos se den y se sucedan.
Y a veces la cotidianidad que vivimos y ese liberalismo subyacente de "dejar hacer, dejar pasar" que, aunque sin querer, nos envuelve hacen que todo parezca normal cuando nada de algo que puede alterar nuestras vidas o afectan a nuestros intereses ocurren.
¿Quién no ha sentido esa suerte de indiferencia por las cosas simples y lo cotidiano, que nos produce algo así como amnesia en torno a hechos que sin embargo son importantes, a celebraciones de fechas o hechos que marcan parte de nuestras vidas, de lo que somos, de lo que son nuestros pueblos?
Debo confesar que, en realidad, se me había estado pasando por alto una celebración que estamos muy próximos a compartirla, y que tiene un especial interés en la vida de nuestro pueblo: La celebración de las Bodas de Plata, por los 25 años de vida de nuestro Colegio Nacional Tabacundo.
Casi no lo quería creer cuando Miguel Cadena, actual rector del plantel, me decía, hace un mes aproximadamente, que este año el Colegio, nuestro Colegio, mi Colegio se aprestaba a celebrar sus Bodas de Plata. En mis adentros comencé a tirar números, a recordar qué tiempo hacía que dejé sus aulas con ese cartoncito bajo el brazo; cuántos años pasé por sus aulas, corrí por sus patios. Y claro, las cuentas eran las mismas y las matemáticas seguían siendo exactas: si de lo que egresé hacen ya 13 años y 7 estuve como estudiante, más 5 años que llevaba de creado el colegio cuando ingresé, pues eran en efecto ya 25 años.
Una especial sensación, mezcla de alegría y nostalgia, experimenté al instante. En un momento comencé a retroceder esa película que la razón nos permite grabar a cada instante. Se me dio por recordar tantas cosas que han pasado en mi colegio -de muchas de las cuales fuimos sus protagonistas: Los profesores, los compañeros, las aulas, las travesuras, las picardías; la risa y el llanto, la satisfacción y la angustia; temores y esperanzas, en fin ese anecdotario, ese todo vivido en ese espacio físico y temporal imposibles de olvidar.
Cómo olvidar ese trabajo lúdico de aprendices de agricultores en "La Granja" con el profesor Herrera y las rabietas de Don Manuelito "de la peña"; o las travesuras que hicimos con un grupo de compañeros (René Buitrón, Amílcar, Guillermo Falcón, el "gringo" Segundo Antonio...) para hacernos de unos rústicos instrumentos para intentar sacarles sonidos e interpretar a nuestro modo las canciones de folklor que para entonces comenzaban a ponerse de moda. Fue acaso ese el inicio de lo que sería luego el conjunto Cóndor Canqui que posteriormente tuvo una dilatada trayectoria en el quehacer cultural de nuestro pueblo, de la provincia y del país -porqué no decirlo.
Cómo olvidar aquella noticia que sacudió al pueblo (cuando yo todavía era un escolar en la Pacífico Proaño), lo despertó de ese letargo parecido a la estupidez, cuando a pocos años de creado el Colegio se registró la primera insurrección estudiantil y lo que antes era la gran Plaza del Pueblo se militarizó como nunca antes se recuerde: La huelga (qué será eso, cómo será, decían algunos) liderada por Juan Jaramillo y los de su época, para buscar una reorganización del entonces novel plantel. Lamentablemente las soluciones logradas nunca fueron duraderas. Los problemas por la falta de profesores, luchas internas por captar las máximas dignidades, algunos malos docentes, la falta de infraestructura y laboratorios no han estado ausentes en la vida de estos 25 años, según recuerdo. Pero, sobre todo, es preciso destacar también la indómita voluntad de los tabacundeños para superar las dificultades que han atentado a veces contra la institucionalidad misma del Colegio, y cual ave Fénix se ha levantado para seguir siendo un reguero de sabiduría y trabajo.
25 años han pasado ya. Otros 25, 50 o 100 pasarán (entonces ya no seremos testigos, con seguridad) y nuestro Colegio deberá enfrentar - como hasta hoy lo ha hecho- el desafío permanente de continuar siendo motor importante en el desarrollo de nuestro pueblo. Han pasado 25 años, ¡Cómo pasa el tiempo! Loor a nuestro Colegio en sus Bodas de Plata.
(*) Ex-alumno del Colegio Nacional Tabacundo